La vida de Sergio Spoerer es fascinante y podría escribir muchos libros sobre las situaciones que ha enfrentado en la vida. Pero el sociólogo, académico y asesor político residente en Temuco hace algunos años se lanza al género de la autoficción en la publicación “Al sur del verano” (Editorial Bogavantes, 2024), embarcándose en un viaje introspectivo, explorando las profundidades de su pasado para comprender mejor su presente y futuro.
La obra del escritor será presentada en la ciudad el próximo viernes 14 de junio a las 18 horas en la Biblioteca y Centro Cultural Galo Sepúlveda (Arturo Prat 42), en compañía de los poetas Ricardo Herrera y Carolina Quijón. Una oportunidad para conocer otra perspectiva de quien fue el presidente de la Federación de Estudiantes de la P. Universidad Católica de Valparaíso durante la reforma educacional de los 60 ’s, exiliado diez años en Francia tras el golpe de estado, cónsul de Chile en España, miembro del consejo de redacción del diario La Época, entre tantos roles más.
Spoerer publica “Al sur del verano”, su segundo libro, cuarenta años después de la aparición de “América Latina: los desafíos de un tiempo fecundo” (1980), que obtuvo el primer lugar del concurso de ensayo de la editorial mexicana Siglo XXI. Su más reciente obra está dividida en dos partes, en las que sus recuerdos familiares emergen tras el reencuentro del escritor con la biblioteca de su padre 50 años después de su fallecimiento.
Serán documentos personales, viajes, sueños, libros subrayados y contemplaciones que le permiten a Spoerer reconstruir una infancia que se ve lejana. Tras cumplir 70 años, Spoerer comenzó a redactar este libro difícil de encasillar, marcado por la hibridez, siendo una especie de diario personal.
Una narrativa íntima, desgarradora, pero a su vez fascinante, en la cual no esconde sus miedos e infortunios. Así también es un viaje por el Chile del siglo XX a través de escenarios como Valparaíso, Puerto Montt y una isla del sur, siendo la búsqueda y reflexión dos ejes de un camino.
-Es difícil encasillar tu libro, viajando por la hibridez de cualquier categoría. ¿Cómo lo describirías para el posible lector?
Pienso que el libro cabe en el amplio rango del muy de moda género de la autoficción. Género híbrido, mestizo. Sé que poco digo con esto pues es este un género con muchos subgéneros y denominaciones y el debate está abierto entre los especialistas. En todo caso no se trata de una autobiografía ni de memorias. Más bien lo llamaría autohistoria –siguiendo a Gloria Anzaldúa- o autonovela o, incluso novela de familia, siguiendo a Freud. En todos estos casos podemos hablar de historias subjetivas, de relatos íntimos, de un punto de vista, de un modo de reconsiderar el pasado.
-Un punto crucial en la escritura del libro es el reencuentro con la biblioteca de tu padre 50 años después de su fallecimiento, con los cuales reconstruyen su figura. ¿Cómo fue ese episodio? ¿Qué tanto ayudaron los apuntes y páginas marcadas para encontrar una posible respuesta a la desconocida biografía de tu padre?
El reencuentro con parte de la biblioteca de mi padre es un acontecimiento decisivo en la gestación de este libro. Fue un regalo del menor de mis hermanos quien la guardaba hasta entonces. Entre los libros encontré recortes de prensa, cartas, fotos, apuntes en los márgenes, subrayados. Huellas indiciarias de opiniones, preferencias, hechos destacados de la vida de mi padre. Pude rememorar, tanto como descubrir, aspectos singulares de su vida interior. Esos materiales fueron uno de los impulsos decisivos para embarcarme en la redacción del libro. Tiempo que coincide con una sucesión de importantes cambios en varios dominios de mi propia vida. Tiempo de interrogaciones existenciales. Tiempo de introspección.
-Sin duda hay una búsqueda de perdón hacia ti mismo, pero también hacia los errores intencionales que cometen los padres. ¿Cómo la escritura se vuelve fundamental como terapia y perdón? ¿Qué tan importante es poder mirar con perspectiva los errores del pasado?
Me parece muy sugerente esta pregunta. Perdonarse y comprender los errores no intencionales de los padres me parece estar en el corazón del libro. Esta escritura ha sido una suerte de terapia, una sanación de las tristezas de mi niñez, revividas de un modo comprensivo. Sanado, revisitado con ojos nuevos, el pasado cambia. No los hechos. Pero sí las emociones, la subjetividad con que son recordados. E. Vila-Matas dijo algo así como “escribo para cambiar mi pasado”. Esta frase siempre me ha hecho mucho sentido. En la reminiscencia, los recuerdos son antojadizos y hay que aprender a encontrarlos, a conversar con ellos.
Hasta la edad que ahora vivo, no ha habido dolor más fuerte, más brutal, más inopinado, que la súbita y temprana muerte de mi padre. Con los años veo acrecentar la impronta benéfica que marcó mi vida. Recuerdo gestos, palabras, opiniones, gustos suyos. En mis muchas lecturas, a menudo me encuentro en entretenidas y fructíferas conversaciones con él. Los libros, los amigos, el disfrute de la naturaleza, el respeto de creencias y opiniones diversas son herencias suyas. Siento que mi padre permanece joven y lúcido en mi conciencia, la cual siento así acompañada en su envejecer, capaz de un mayor discernimiento. Pareciera que el libro habla más de mi padre -como dijo una de las presentadoras del libro en Santiago- en realidad, quizá de quien habla más es de mi madre.
-El libro escrito por fragmentos recorre Valparaíso, Puerto Montt, París, Estocolmo, Chiloé, entre otros lugares, mientras que al avanzar las páginas el relato es acompañado por una serie de fotografías y archivos privados que dan perspectiva a la lectura. ¿En qué elementos te apoyaste para la reconstrucción?
El libro está ambientado principalmente en Valparaíso, Puerto Montt, Hualqui y en una pequeña isla de la actual provincia de Palena. Son todos lugares muy significativos de mi niñez. Felizmente contaba con mucho material visual –en parte incorporado al libro- el que activó, a su vez, con mucha claridad, múltiples recuerdos. Contar con este material es crucial para este tipo de escritura.
-Tu historia personal coincide con escritores fundamentales de la literatura chilena. Pablo de Rokha, Del Solar, Lillo, y sobre todo, Diego Dublé Urrutia. Frente a este último, ¿qué tan significativo fue la lectura y encuentro con el poeta?
La presencia de Diego Dublé Urrutia es decisiva en mi vida, él murió cinco años después de la muerte de mi padre. Esos fueron los decisivos años de mi adolescencia. Si bien en vida de mi padre lo visitamos con frecuencia, después que mi padre muriera en 1962 yo iba con mayor frecuencia desde Valparaíso a visitarlo en su casa de San Martín 32 en Santiago o en su casa de veraneo en Llo Lleo hasta su muerte en 1967. Además, de hombre de letras y abogado el tío Diego había sido diplomático y tenía un conocimiento muy vívido de la cultura universal, principalmente europea. Conversábamos durante horas, nos escribíamos –él con una endiablada caligrafía- me prestaba y me regalaba libros. Lo poco que sé de lírica clásica – Homero, Virgilio, Horacio, se lo debo a él. Fontana Cándida la antología casi completa de su obra era para mi una lectura gozosa que yo me imponía con regularidad.
Respetaba y era respetado por los escritores de su tiempo, aún por aquellos con quienes no tenía cercanía ideológica alguna. Era cuñado de Vicente Huidobro. Prefería a de Rokha que a Neruda. Celebraba a Gabriela Mistral. Sus preferencias fueron durante mucho tiempo las mías. Si de gustos propios puedo hablar ellos nacieron y crecieron en los muchos años que más tarde viví en Francia y España, y en mis frecuentes viajes de trabajo por América Latina. Desde que hace seis años vivo en Temuco, mis lecturas de poesía sureña y mapuche se han hecho muy frecuentes y enriquecedoras. Me traen, además, al encuentro con las lluvias, olores y paisajes de los siete años de mi niñez vividos en Puerto Montt.
-El texto se divide en dos partes. El primero es un relato personal por un Chile que ya no existe, mientras que la segunda parte funciona como diario de viaje mientras reconstruyes la imagen de tu padre. ¿Cómo ambas partes conectan en esta búsqueda personal por la historia familiar?
Me parece que las dos partes del libro conversan bien la una con la otra. Más que mi vida interior, ni mi memoria subjetiva, es la vida de mis padres lo que da unidad al libro. Es aquí donde mis fuentes documentales revelan su importancia. Tengo libros, cartas, dedicatorias, fotos, de mis familias de origen que datan desde hace más de un siglo. Estas imágenes iluminan las percepciones y la escritura misma. Escenas, anécdotas muy antiguas podrían haber ocurrido ayer, la semana pasada. Pese a sus cortes políticos brutales, la historia de Chile me parece exhibir una llamativa continuidad sociocultural. Hay un común humus histórico sobre el que crecen las instituciones, las costumbres y el habla misma de lo que nos gusta llamar chilenidad. Creo que –más que de cortes el libro da cuenta de esa capa común de territorio, sociedad, conflictos, imaginarios colectivos y lenguaje que llamamos la nación chilena. Nuestra literatura es rica en imágenes de esa densa capa común. Lo mismo es válido para las familias y los individuos.
-Más allá o no de la publicación de un libro, ¿por qué es fundamental que las personas se reencuentren con la escritura como una forma de escucharse a sí mismo? ¿Qué tan libre te sientes tras publicar estas memorias?
Todo el proceso de escritura de este libro lo he vivido como un lento y sanador apaciguamiento. Leer y escribir sanan. Fecundan. He escrito como quien va limpiando el parabrisas de su vida y, a ratos, también sus espejos retrovisores. Aunque lo que en verdad voy limpiando es mi propia mirada. Mirada limpia que perdona y pide perdón, que favorece reencuentros, reconciliaciones. Renacen así afectos, eventos luminosos, el nacimiento de mis hijas en primer lugar. Escribir es volver a vivir. Sanándonos la escritura nos regala vida, nos la prolonga, la ensancha. En la escritura, el tiempo más íntimo nos abraza.